¿Es ‘lo femenino’ la gran tendencia de 2020? Así se reinventa (de nuevo) el concepto a nivel estético

POR MARÍA JOSÉ PÉREZ MÉNDEZ

En un plano puramente visual, las pasarelas y grandes firmas han coincidido en explorar distintos planos y visiones de lo tradicionalmente femenino para dibujar una de las grandes tendencias de la próxima temporada

Hoy no vamos a empezar hablando de la tendencia de 2020, sino de aprendizajes. Porque si algo nos han enseñado los últimos años, es que lo femenino, la feminidad, la mujer, en el sentido más amplio del término, es una realidad compleja, rica y maleable que puede ser interpretada de mil y una formas. Y una de esas interpretaciones pasa por el plano de lo puramente visual: hay códigos indumentarios en materia de tendenciasmoda y belleza que continúan vigentes a pesar del paso de los siglos y las actualizaciones que han experimentado. Puede rastrearse fácilmente la diferencia entre el vestido masculino y el femenino hasta (por poner un punto en la línea de tiempo) el Antiguo Egipto, pero fueron los siglos XIV y XV los que acogieron (bajo el paraguas de la moda gótica) un alejamiento un poco más radical, un camino que culminó con la Gran Renuncia Masculina, gestada durante la Revolución Francesa (1789) y asentada durante el siglo XIX y principios del XX con el sistema capitalista, que dejó los ornamentos y la demostración de poderío económico para el ámbito del hogar, donde la mujer fue inscrita.

El recorrido histórico ha continuado hasta ahora, con una serie de vaivenes que han hecho que ambos principios estéticos (en clave binaria, los masculinos y los femeninos) varíen, siendo los de la mujer los que más se han recreado en los cambios de siluetas, colores e intenciones; lo que ahora mismo se está intentando (y consiguiendo) con las nuevas pasarelas y firmas de moda masculinas. Pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿Qué ha sucedido para que en el repaso por las tendencias de primavera-verano 2020 vuelva a dejar (y sin sonrojo; esto es importante) un elenco de faldas midi, largos cortos para la noche, camisas con lazadavolantes, encajes, volúmenes y toda una serie de elementos tradicionalmente femeninos?Detalle del backstage de Giambattista Valli.

© Jamie Stoker

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Uno de los primeros rasgos en lo que podría ser una de las grandes tendencias de 2020, lo femenino (así, tan amplio como suena), es que la intención de androginia parece haber desaparecido, al menos en cierto modo. A pesar de que hay firmas que llevan el genderless en su núcleo (ahí están Comme des Garçons o Rick Owens, por ejemplo), la mayoría de las marcas han optado por marcar, más o menos levemente, la diferencia entre los patrones masculinos y los femeninos, aun cuando lo mixto es una realidad. La novedad, quizás, reside en que la mezcla no se realiza con la finalidad de fusión, sino de uso de esos códigos indistintamente del género, es decir, que no haya que realizar renuncias (si no se quiere) solo porque algo tenga una etiqueta colgando. ¿Una manera de plasmarlo? A través del uso que las mujeres hacen de prendas consideradas masculinas, como boxy blazers o trajes de chaquetas con pantalones amplios, como los de Hermès: aunque las piezas las hayan usado ellos, ya no son préstamos ni armas que utilizar en pos de conseguir el poder, sino solo herramientas de expresión (y puede que hasta de diversión) y parte de nuestro imaginario, aunque en otro tiempo supusiesen una conquista.

Ese discurso, el del poder asociado a una u otra estética, también podría estar detrás de esta oda a lo femenino que se ha visto en las tendencias de 2020. Como sostuvo Alba Correanetwork editor de Vogue.es, “la revolución feminista que desde hace (pocos) años ocupa -por primera vez de forma no demonizada- el escaparate mediático no teme asociarse con lo rosa, la purpurina, el tul, la organza, los tejidos vaporosos, y todo un imaginario hermanado al universo femenino”. El desarrollo del rol de la mujer (o de cierto tipo de mujer) al entrar en espacios dominados por hombres ha implicado otra gran renuncia: el dejar atrás todos esos elementos por considerarse no delicados, sino débiles. Una mujer así no podía ser tomada en serio, y ahí el ejemplo más efectista que puede esgrimirse es el de Reese Witherspoon actuando como Elle Woods en Una rubia muy legal (2001)su pasión por todo el espectro del rosa, los peluches y su afición a las revistas de moda la invalidaba, de entrada, para destacar en la facultad de Derecho, donde el resto del alumnado, mujeres incluidas, se perfilan como personas tan competitivas como grises. El desenlace, ya se conoce tan bien como la moraleja.

Imagen del backstage de Givenchy.

© Jamie Stoker

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Con el contexto dibujado, quizás la sorpresa inicial se relaje y esta pieza encaje sin problema en ese enorme y maravilloso puzzle de las tendencias, especialmente cuando se observa de cerca la reincidencia y reinvención de un concepto tan intrincado como apasionante (y fundamental).

Tendencia nº1: lo femenino en clave minimalista y sí, también masculina (y sexi)

A pesar de que el minimal también ha experimentado numerosos cambios desde que se popularizase (sí, en las líneas puras y los colores neutros también hay -mucha- innovación), el que imperó en los 90, con sus tintes normcore en los looks diurnos, es uno de los más recurrentes a la hora de buscar inspiración práctica para las nuevas colecciones. Ahí están, por ejemplo, Carolyn Bessette o Lauren Hutton, que con sus vaqueros rectos, sus zapatillas y sus americanas amplias consiguieron una fórmula estética absolutamente inmortal que, de entrada, no se asociaba con lo normativamente femenino. Y sin embargo, ambos estilos son ineludibles, tanto, que pueden entreverse incluso en la colección de primavera-verano 2020 de GivenchyTal y como contó Clare Waight Keller en el backstage, la inspiración de la propuesta está en el Nueva York de 1993, cuando llegó a la ciudad y se encontró con una “energía bruta”, y en el libro 90s Bitch: Media, Culture and the Failed Promise of Gender Equality, de Allison Yarrow, en el cual se reflexiona sobre la hipersexualización de las mujeres a lo largo de esa década. De ahí los conjuntos de vaqueros de todo tipo con blazers, de los toques de cuero y la lencería a la vista, asociadas entonces a una sensualidad evidente que, bajo la lupa del siglo XXI, adquiere matices nuevos (que, por supuesto, están siendo tratados por el movimiento feminista).

Detalle del backstage de la colección de primavera-verano 2020 de Givenchy.

© Jamie Stoker

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La muestra de piel o no, los largos cortos y los escotes vertiginosos, terreno en el que el Saint Laurent de Anthony Vaccarello se ha impuesto como tótem (el primer y el segundo look de la colección de verano son una muestra perfecta de cómo unir un poco de minimalismo, un poco de sastrería, un poco de masculinidad y una querencia definitivamente sexi); las transparencias (¿cómo olvidar ese giro inesperado de Alessandro Michele en Gucci condensado en vestidos lenceros?) y los vestidos ajustados siguen siendo un terreno farragoso, pero observar estos últimos en Bottega Veneta ayuda a aprehenderlos desde otro prisma: el de lo arty, el de la intención intelectual en lo que respecta al diseño. “Si percibes que algo es bonito, con suerte alguien lo pensará también”, ha contado Daniel Lee, director creativo de la casa italiana, a Eugenia de la Torriente, directora de Vogue España, en una entrevista recogida en el número de noviembre. “Soy una persona muy analítica y todo lo que hacemos en el estudio realmente está muy pensado. Hay atención en cada material, cada puntada, cada botón. Nada se hace con el piloto automático, al contrario”.

Tendencia nº 2: lo femenino en clave (un poco) burguesa y ‘seventies’

El cliché del estilo de los años 70 ha marcado (y lo sigue haciendo, claro) las tendencias de otoño-invierno 2019/2020 con tanto éxito, que no es extraño que los directores creativos hayan querido extender la ecuación más allá: Hedi Slimane en Celine es uno de sus mayores exponentes. Si la propuesta para estos meses suponía un giro radical de lo anteriormente expuesto, la de la próxima asienta un discurso que habla de chicas que han madurado y comprendido el encanto visual de esta neoburguesía, y que lo muestran con vaqueros un poco flared, faldas midi, vestidos con plisados y cuellos altos, botas slouchy y gafas aviador, además de rebecas de botones joya con un regusto decididamente retro. Una táctica también explorada por Michele en GucciGhesquière en Louis Vuitton (aunque los tintes de la Belle Époque sobresaliesen) o por Victoria Beckham.

Detalle de un look de la colección de primavera-verano 2020 de Celine.

© Jamie Stoker

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Las claves que unen todas estas firmas situadas en puntos muy alejados del mapa, son una serie de prendas (y de cortes) hiperconcretos: solapas de camisas y chaquetas amplias y puntiagudas, jerséis de cuello vuelto bajo las camisas abiertas, chalecos sastrecamisas con lazada, faldas plisadas de vuelo y blazers ligeramente entallados en la cintura. El perfecto guardarropa de, sí, una mujer burguesa que tiene en la pulcritud su máxima visual. Solo que en 2019, es una que no entiende la palabra encorsetamiento y que, sencillamente, quiere recrearse en lo que a día de hoy se sigue concibiendo como elegante, en una respuesta lógica al athleisure que ha dominado la etapa anterior.

Tendencia nº3: lo femenino en clave romántica y naíf

Quizás se trata de una de las interpretaciones más literales de la premisa que relaciona el universo rosa con el poder, aun cuando las anteriores también se insertan en ese discurso: aquí la literalidad manda y se muestra con grandes dosis de orgullo. El fenómeno no es nuevo, pero fue el año anterior cuando comenzó si no a evidenciarse, sí a popularizarse gracias, por ejemplo, a la atención creciente a la Semana de la Moda de Londres y los nuevos románticos que allí habitan, como Simone RochaErdem o Molly Goddard.

Detalle del backstage de Simone Rocha.

© Jamie Stoker

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Esta temporada, esas marcas que tienen su razón de ser en los volantes, las transparencias del tul y la organza, los bordados preciosistas de flores y las mangas y faldas voluminosas, han reincidido en las coordenadas, añadiendo joyas, superposiciones y aplicaciones de plumas, en una fantasía delicadamente alucinógenaPierpaolo Piccioli en Valentino también ha incidido en ello, especialmente a través de los vestidos blancos (al suprimir el color, la vista se centra en la forma; y se lleva “la atención no al vestido en sí mismo, sino a la personalidad que le da vida”), al igual que Oscar de la Renta (hay vestidos princesa, pero también otros con construcciones esculturales) o Kate Spade, que gracias al croché ha aportado una pátina de inocencia a la que también se tuvo que renunciar y que ahora, por suerte, se puede recuperar.

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